Existe tanta bondad en Cris, que mi insistencia y repetición probablemente
resulte tediosa y llegue a construir una posible reacción de hastío. Una
sensación de pedantería levantada por mí, que en nada ayude y derive a
embelesar los sentimientos de las buenas personas, que se acercan a este baúl
panegírico de amor de Cris. Mil perdones si no logro estar al nivel que Cris
merece, por exceso y también por defecto, ya que recuerdo a tantas personas que
me acercan el amor a Cris, como seguro que me olvido de reflejarlo de otras
tantas muchas.
Me golpea, en mil y una veces, la súplica de Cristina, que abandone el
compartir esta veneración que dice no merecer y que tanta vergüenza le produce.
Yo la escucho, con todo mi corazón, y por Dios siento que, en no pocas
ocasiones, se me desgarra, se me entrecorta en su vital función. Pero silente y
desobediente, sigo en esta mi obsesión por decirle al mundo quien es Cristina;
y sin falsa modestia, me veo tan débil que me agarro a la fe más maravillosa, y
pidiendo perdón contrito en esta mi insistencia.
En este camino del perdón, prosigo con las personas que tanto merecen el
amor de este blog, y aunque saben que lo más importante es todo lo que Cris les
quiere, en verdad lo siento y pido perdón si se encuentran olvidadas. Y es que
Cris es tan querida, que cada verano llamaba a su corazón una mujer buena, y
que me llena el alma de esa generosa fuerza que todo emigrante lleva consigo. Llegaba
de Venezuela: ella, sus hijas, nietas y anteriormente su querido y difunto
marido. A Cris se le llenaba el depósito del amor, y la veía feliz en su
compañía, que me regala en un relato cargado de emoción, que como si fuese hoy
mismo, me sigue llegando.
Y con estos mimbres, con seguro aderezo de egoísmo por mi parte, le suplico
a Cristina que me permita desobedecerla una vez más, en la secuencia de este
empeño.