Son rayos de luz
que entran en casa, en la casa de Cristina, y la iluminan pareciendo llena de felicidad.
Y lo está, en mi corazón abunda esa luz, esa energía que has dejado y ahora
iluminas, ese candor, ese remanso, ese tesoro que nos vuelve mejores. Me basta
con verte, con acercarme a tu espíritu y mi ser se vuelve como la manteca ante
el calor, fluye deslizante sin esfuerzo hacia ese mundo al que suavemente me
transportas y me acompañas, sin descanso, en las alegrías, en las
tribulaciones, en las fiestas, en las desdichas. La verdad no importa sea
verano, haga frio o calor, llueva o nieve, nunca me abandonas. Y yo como
egoísta impío te busco y te echo de menos, cuando mis groseras virtudes no
aprovechan el tiempo en disfrutar de tu presencia, en mejorar con tu enseñanza,
en embellecer mi alma en la tuya y en reparar mi corazón en el tuyo. Porque no
desfalleces, me animas, me guías, me alimentas en esa plácida y sensible
felicidad que no provoca risa momentánea, ni efímera, empero si provoca
bienestar, sentirse en paz y con ilusión de amar la vida y a tus hermanos. Esa felicidad
que rezuma Cris, viva o muerta en la tierra, viva o viva en nuestros corazones.