Un sábado de
pasado reciente, me acerqué como de costumbre a comprar el pan que tanto me
gusta. A Cris también le gustaba mucho, aunque como ya tengo comentado su
mesura, pero sobre todo su solidaridad, su generosidad, en fin unos valores muy
innatos, hacían que para ella no fuesen hechos primordiales, ni siquiera dignos
de mención. Pues como comentaba, en mi compra en la panadería, me encuentro con
la señora que normalmente la atiende y me comenta, al preguntarle yo por el
cierre del lunes siguiente festivo, lo alegre que se encontraba por tener dos
días seguidos de descanso. Es verdad que verle la expresión de la cara, el gesto
de alegría, su ternura complacida con un ¡HURRA! de júbilo, me llenó el corazón
como una ola entra furiosa en un acantilado.
Y los ojos de mi
alma subían al cielo, buscando lo mismo en Cristina, parece como si tuviese
gafas en 3D y viese el enorme cielo lleno de la carita de Cris. Sonriendo feliz
y mostrándole al mundo su vitalidad en el querer a los demás, en amar sobre
todas las cosas y donde el dolor es una lejana fiera, el presente se hace
eterno. Habrá un día en que viviré allí, volveré a sentirla con los sentidos
del alma y podré ver su ternura de nuevo. Ternura en el cielo que disfruto en
la tierra, gracias a ella que pudo abrirme los poros de la sensibilidad, del
amor.