En no pocas ocasiones me refugio en la fe para mantener viva a Cristina, y
creo sinceramente que esa fe es un tesoro, que como bien está definida en
Hebreos 11:1, “la fe es la certeza de lo
que nos espera y la convicción de lo que no se ve”, me traslada a ver a Cris
viva y verla sonriente, a tenerla presente y ver el encanto de su sonrisa
perenne y siempre conmigo.
En línea con esta reflexión leía esta semana lo que le había sucedido al
profeta Ezequiel, el cual también tuvo la desgracia del fallecimiento de su
mujer y al que Dios le pidiera no hiciera duelo por ella, para que así viudez
fuera un signo ante los israelitas, que tampoco podrían hacer duelo por la
futura destrucción de Jerusalén, “encanto de sus ojos”.
Me fue dirigida esta palabra del Señor: “Hijo
de hombre, voy a arrebatarte repentinamente el
encanto de tus ojos; pero tú no entones
lamentaciones, no hagas duelo, no llores, no derrames
lágrimas. Suspira en silencio, no hagas
ningún rito fúnebre. Ponte el turbante y cálzate las san-
dalias; no te cubras la barba ni comas el
pan del duelo”. Yo había hablado a la gente por la
mañana, y por la tarde murió mi mujer. Al día
siguiente hice lo que se me había ordenado.
Entonces me dijo la gente: -¿Quieres
explicarnos que significa lo que estás haciendo?
(Ez 24,15-19)
No piensen que yo trato de compararme a un profeta, nada más lejos de la
realidad. Ni que tampoco tengo comunicación, como él la tuvo, con Dios. Yo solo
soy una persona más en este mundo, que si hice y hago duelo por el
fallecimiento de Cristina, que me duele en el corazón su falta y que no
desfalleceré en enamorarme cada día del encanto de su sonrisa.