Cristina acogía con agrado un sinfín de, llamémosle, “cositas” mías. En esos
primeros compases de nuestro amor, le decía una tras otra ocasiones que había
nacido una empresa, y esa empresa se llamaba Cymasa, y le describía el
acrónimo: “Cristina y Manuel Angel Se Aman”; sonreía con esa sonrisa tan
propia de ella, brillante, honesta, sincera y verdadera. Hoy, atrapo esta
última calificación “verdadera”, y es que a Cris entre tanta virtud es complejo
resaltarle alguna, pero “verdad”, todo ella era verdad, su transparencia no me
abandona. Era cristalina como el agua de esa fuente que todos recordamos; en su
relato no cabría la falacia, y nunca el engaño. Esos ojos que me miraban con
veraz amor, brillaban a mi retintín de Cymasa. Y es que Cris me amaba, y lo
hacia de una forma que jamás lo hubiese imaginado. Quien me iba a decir que, a
mis 19 años, Cymasa sería para siempre jamás, y que un día como hoy yo estaría
celebrando que Cris alegra los cielos.
Viva siempre Cristina