Acercándome al
Monasterio de San Paio encuentro el amor en el cuerpo y en el alma. Desde aquel
diciembre de 2016, en el que buscaba un refugio en el que alimentar mi espíritu
vahído, he encontrado en las madres Benedictinas la perfecta acción del amor de
Dios. Vuelto tras la pandemia y un tanto desorientado tras casi 18 meses sin
visitarlas, constato con entusiasta fruición que el amor se cultiva, se
trabaja, en definitiva se entrena, se prepara uno para asimilarlo en su
circunspecta medida. De la misma manera, purificándome me acerco a Cris y Cris
se acerca a mí purificándome, y que con esta especie de perífrasis pretendo transmitir
algo perfectamente nítido: vale mucho la pena acercarse al amor puro, pío y
misericordioso, el amor verdadero al que la llama no se le apaga, se consume
pero revive, permanece perenne alimentada por el amor. Si permanecemos en
ciertos momentos del día inertes, abandonados al amor; con total seguridad
alcanzamos a succionar parte del mismo. Parece un oxímoron, pero este blog que,
en cierta medida, puede semejar una flagelación, resulta nadas más alejado de
la realidad una fuente de enérgico amor, que agranda el corazón. De la misma
manera permanece en paz en el seno de esta comunidad benedictina, donde siento
tocar a Cristina, su presencia se afianza en mi ser y me vuelvo mejor persona,
fluye en mi sosiego, tranquilidad, paz y amor. No falla, practica la
generosidad y serás más generoso, practica la caridad y serás más caritativo,
práctica amar a Cristina y serás más parecido a ella.